Los caballos de la imaginación
Los caballos de la imaginación han roto la puerta del establo. Ya no puedo retenerlos en sus cuadras.
No puedo reunirlos porque se han perdido en su galopar libre y salvaje.
Cada uno ha elegido su camino y yo contemplo como se dirigen hacia su destino con una sonrisa dibujada en mi cara.
Los caballos de la imaginación han dejado atrás la esclavitud y se han marchado a pastar a prados verdes donde el sol de la mañana les ilumina el lomo y hace brillar su pelo lacio en la infinita gama de colores.
No quiero ir a por ellos.
No iré tras alguno.
Los dejaré trotar por donde quieran y veré hacia dónde se dirigen.
Quizá alguno vuelva mal herido.
O alguno de ellos muera.
Viéndoles en su liberad yo misma me siento libre.
Los caballos de la imaginación no quieren volver a sus cuadras.
Saben que en el prado la hierba es fresca y el espacio es amplio.
En la sensatez debería ir tras ellos, recogerlos y devolverlos al establo. Mas sé que su lugar es correr en los pastos, revolcarse en la frescura del suelo dibujando ondas invisibles en el aire con sus melenas al viento, gozar de la cálida noche de primavera.
Cuando llegue el invierno quizá vuelvan a la cuadra. Cuando lleguen las lluvias quizá regresen a casa.
Pero si ninguno de ellos volviese yo sé que por un corto tiempo han sido felices.
Yo sé que su libertad bien ha valido su final.
Los caballos de la imaginación son libres, han roto la puerta de sus cuadras porque yo misma así lo he querido, porque yo, las he abierto.